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miércoles, 27 de mayo de 2009

LOS TINELIZADOS

Ayer el programa de Tinelli, en la parodia política "Gran Cuñado" pudo verse una muestra mas del mensaje que el Empresario intenta dar: "todos los políticos son lo mismo...una mierda (menos Maurice)". 

Sorprendió ver a Men*m en el skecht, no solo por su presencia sino por su lamentable estado fisico y mental. Se mostró el anciano gaga y senil, no el que supo ser, en la segunda década infame, la cabeza del saqueo y entrega del país. 

Por un momento debo reconocerlo; me dio lastima.Ver como todos los actores/humoristas ( que supieron ser complices, agradecidos del modelo, condescendientes en cada nota que le hacían al ex-mandatario en el programa allá por los 90), burlarse  ahora de un anciano que no sabia ni donde estaba. 

Luego rabia. Rabia de ver como el conductor participe directo, protagonista y beneficiario en los años de la pizza y el champagne, ponía al muerto (por ahora solo politico) en pantalla, para menemizar a todos los politicos y mostralos menemistas, a todos salvo uno, que casualmente no estuvo en pantalla....Macri. 

En fin el mensaje es: da lo mismo votar por uno por otro, solo vale la pena reírse, mientras yo además de levantarla en pala, les pongo en la cabeza a mi pollo Mauricio para q ustedes después de comer, se vayan a dormir con un asqueante rechazo a la política y orgullosos de su desprecio.


Gracias al compañero Matías que me lo acercó, puedo compartir en el blog un texto de Orlando Barone que viene al caso.


El auge del ciudadano “apolítico” 

por Orlando Barone 

El ciudadano apolítico es político y todavía más que el político. Pero no lo reconoce, o lo que es peor: no lo sabe. 

Se aparta de cualquier filiación partidaria agitando la bandera Argentina. 

Aún votando lo hace a disgusto y enseguida que vota se arrepiente. 

Si por él fuera el voto sería calificado. Y él se incluiría como votante. 

Habla con desprecio de los políticos; y aún más de quienes están en funciones públicas. 

Y proclama que ningún gobierno le dio nada y que es más lo que le quitan. 

Es proclive a creer en cualquier dicho o rumor que descalifique a un gobernante o lo acuse de corrupto. 

El ciudadano apolítico repite frases como que “los que no trabajan es porque no quieren”. “Los sindicalistas son una manga de ladrones”. o “ Aquí lo que hace falta es disciplina”. 

Extraña el orden de las dictaduras y no entiende que haya que esclarecer tragedias del pasado. 

El ciudadano apolítico se horroriza más por la inseguridad que por el origen social que la provoca.

Se aterra más ante un delincuente morocho que ante uno rubio. Aún siendo él morocho. 

Podría aplaudir un linchamiento sin juez, solo por sospechar del ajusticiado. 

Reniega de los fallos que no condenen a cadena perpetua y desprecia a los abogados defensores. 

Le atraen los líderes episódicos que enfrentan al poder público con rigor cívico; así como los líderes populares le parecen ramplones. Cree en Dios, pero descree de quienes creen en otros dioses, o no creen. Pregona no tener prejuicios contra nadie salvo contra los que se los merecen. Piensa que hay demasiada inmigración que no es la apropiada. Considera también inapropiados a los homosexuales, travestis y prostitutas. Sólo sale a la calle cíclicamente por arrebatos que él llama espontáneos, aunque se autoconvoque con intención por cadena de Internet o por teléfono. Nunca esos arrebatos expresan demandas laborales y nunca coinciden con los trabajadores. 

Siente placer en demostrar descontento público. Y que esa demostración luzca diferente a las otras marchas de gente heterogénea y desordenada a la que traen de cualquier parte. Por eso protesta por el barrio; para que al lado suyo estén otros como él: no distintos. Cree no estar ideologizado: no comprende que su apoliticismo es ya una ideología. Solo sabe quienes son los enemigos: llevan la marca en el orillo: siempre hablan de la desigualdad y la pobreza. 

Está seguro que el país sería mejor sin políticos, sin vagos, sin delincuentes, y sin razas indeseables. Pero no explica cómo lo conseguiría y quien estaría a cargo del diseño. 

Acaso imagina un gran gerente nórdico, y un gabinete de técnicos impolutos que gobernaran con un barbijo. El ciudadano apolítico presume estar en una posición neutra en el centro perfecto. 



Pero está a la derecha.

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