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domingo, 5 de julio de 2009

Y UNO SE ACOSTUMBRA

Yo se que la gente se acostumbra. Pero no debería.
Uno se acostumbra a vivir en apartamentos interiores y a no tener otra vista que no sea ventanas alrededor.
Y, porque no tiene vista, luego se acostumbra a no mirar para afuera.
Y, por no mirar para afuera, luego se acostumbra a no abrir las cortinas.
Y así, al no abrir las cortinas, se acostumbra, a encender la luz eléctrica.
Y entonces, a medida que se acostumbra, se olvida del sol, se olvida del aire, se olvida de la amplitud.
Uno se acostumbra a despertar sobresaltado en la mañana, porque está atrasado. A leer el periódico en el ómnibus, porque no puede perderse el tiempo del viaje. A comer sándwiches, porque ya se hace tarde. A volver apagados en el ómnibus por estar cansados. A acostarse temprano y caer fundidos, sin haber vivido el día.

Uno se acostumbra a pasar un día entero para luego oír en el teléfono: hoy no puedo ir. A sonreírle a otras personas y no recibir sonrisa en respuesta. A ser ignorado cuando precisaba tanto ser atendido.
La gente se acostumbra a pagar por todo lo que desea o que necesita. Se acostumbra a luchar para ganar el dinero con el cual pagar. Y, a ganar menos de lo que precisa. Y, a hacer colas para pagar. Y, a pagar más de lo que las cosas valen. Y, a saber que cada vez paga más. Y, a buscar más trabajo para ganar más dinero, para tener con que pagar en las colas en donde se le cobra.
Uno se acostumbra a andar por la calle y ver carteles, a abrir revistas y ver anuncios, a encender la TV y presenciar los comerciales. A ir al cine y recibir publicidad. A ser instigado, conducido, desnorteado, atontado, lanzado a la interminable catarata de productos.
Uno se acostumbra a la polución. A la luz artificial de baja intensidad. Al choque que los ojos sufren frente a la luz natural. A tonterías en la música, a las bacterias en el agua potable. A la contaminación del agua del mar. Al caos. A la lenta muerte de los ríos. Y, se acostumbra a no oír los pájaros, a no tomar frutas de los árboles. A no tener siquiera una planta.
Uno se acostumbra a demasiadas cosas para no sufrir. En dosis pequeñas, intentando no percibirlo, se va alejando un dolor aquí, un resentimiento por acá, un altercado más allá. Si el cine está lleno, la gente se sienta en la primera fila y tuerce un poco el cuello. Si la playa está contaminada, uno se moja los pies y traspira el resto del cuerpo. Si el trabajo se pone duro, la gente se consuela pensando en el fin de semana. Y, si en el fin de semana no hay mucho para hacer, se va a dormir temprano y así queda satisfecho porque tenía el sueño atrasado.
La gente se acostumbra a no rasparse con las asperezas para preservar la piel. Se acostumbra a evitar heridas y sangrados. A esquivar el cuchillo y la bayoneta para cuidarse el pecho. La gente se acostumbra a preservar la vida. Que de apoco se gasta y que, de tanto acostumbrarse, se pierde de sí misma.

Marina Colassanti

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